Desde hace algún tiempo vengo
acariciando la idea de escribir un blog, no es que egocéntricamente considere
que “lo que yo tengo que decir el mundo necesita saberlo” ni mucho menos; sólo
que se que siempre hay alguien que quiere saber –y se quiere reír- con las
aventuras de los demás (bonita manera de llamar entrépitos a mis futuros fieles
lectores, les pido disculpas mis amores).
“Anda, cuéntame otra vez del
velorio que le hicieron al perico”, esas experiencias que de tanto contarlas se
convierten en un chiste que siempre te piden de nuevo, serán las protagonistas
mientras el verdadero autor es “el hemisferio derecho, el de la creatividad”
como solía decirme alguien muy apreciado (que no mencionare hoy porque aun no
sé cómo funciona el marco legal de estas publicaciones online y no quiero
problemitas).
Decidí llamar a esta
bitácora OVIDIO Y YO, no en alusión a aquella película del perro labrador
y sus dueños (acabo de notar el símil, palabra) sino porque soy amante de los
animales y porque es con mi perro, Ovidio Valentín, con quien comparto la
mayoría de las horas de mis días. Además, lo confieso, es a quien más le hablo
y con su mirada parece siempre querer decirme lo que yo quiero escuchar (el no
me contesta pero les aseguro que me presta mucha atención). Precisamente
hoy estoy en esa onda de amor por los animales pues quede con inmensas ganas de
adoptar tres tiernos cachorritos mestizos que jugueteaban al lado de una caja
de cartón en plena acera mientras su mama buscaba alimento en los alrededores.
De verdad pareciera que estos animalitos vienen dotados con un sensor de
supervivencia que les hace lloriquear y juguetear justamente cuando uno
viene pasando frente a ellos desprevenido.
Así nos pasó
con Angustia De Los Dolores; no, no se trata del nombre de la protagonista
de alguna melodramática telenovela mexicana, sino el de una perrita
llorona que mi mama y yo rescatamos del mundo de las drogas y el alcohol en
Caracas ya que la habían abandonado en la esquina de los indigentes del barrio.
Por esa esquina veníamos
caminando cuando repentinamente escuchamos el escándalo; eran los súbitos
quejidos de un cachorrito que hacían pensar que le acababan de dar un
martillazo en el dedo chiquito de la patita. Quisimos ser fuertes e intentamos
continuar caminando pero ya era muy tarde, ella nos había olido; los
alaridos alcanzaban notas tan altas y estridentes que finalmente sucumbimos;
nos detuvimos, nos miramos resignadas y nos devolvimos.
Así llego a la casa
“Angustias” bautizada así porque angustiadas veníamos con el temor de que
nos bajaran del autobús por el llanten que llevaba la perra (“De Los
Dolores” vino después de la primera noche con ella chillando en la casa). Sé que
muchos no me van a creer pero les aseguro que el de esta perrita no era el
llanto típico del canino que esta triste, que quiere que lo suelten o que está
contento porque llegaste a casa; eran dramáticos y desgarradores aullidos
que hacían hasta a el chofer del autobús mirarnos feo por el retrovisor
pensando que le hacíamos algún daño a la perra. Y es que yo creo que la pobre
Angustias debe haber sufrido mucho en sus primeros días de vida o al nacer le
machucaron la colita durísimo porque le quedo un tick nervioso que consistía en
expresar todas sus emociones, buenas o malas, con repentinos gritos histéricos
que nos tenían a todos tomando valeriana. Hasta comiendo movía la colita y
lloraba.
“Que vamos a hacer con
Angustia? Onix la va a matar!” Onix, nuestro amado Golde Retriever, era el más
noble con los humanos pero el más despiadado con los de su especie; el no la
pudo tolerar jamás, no sé si fue por su problema de carácter con otros perros o
porque Angustias lo despertaba exaltado de todas sus siestas a lo largo del
día. Así que no nos quedo otra opción que llevárnosla a casa de mi hermano, sin
decirle jamás del trastorno bipolar que padecía -que se dé cuenta el solo
después, ahí le dejamos la valeriana-.
Quisiera poder decir que la
vida de Angustia fue larga y llena de satisfacciones que compensaron aquel
desconocido y traumático pasado que tan honda huella había dejado en ella; pero
la verdad es que Onix también vino en el paseo y al parecer 4 horas de
carretera con Angustia fueron para el tormento suficientes para planear su
asesinato que fue ejecutado esa misma noche mientras todos dormíamos.
Supongo que no es solo para
la raza humana eso de que algunos seres vienen a este mundo solo a sufrir. Me
consuela que yo le di todo el cariño que pude en tres días, esto lo digo de
corazón.
Mi querida Angustia, nunca te
olvidare, ni nadie que te haya conocido por más cinco minutos, por obvias
razones. Aun hay días en que te pienso acostadita durmiendo y despertándote de
pronto dando gritos de terror (o de alegría) dejándonos a todos tu profundo
recuerdo grabado en la mente y en los nervios.