Caramelo, el viejo perro rescatado de
mi tía, es uno de los perros mas feos que he visto en mi vida:
mestizo, patas largas, pelo reseco color tierra (y con tierra) sin aparente
forma, de esos perros que son hijos de dos perros que no debieron haberse
cruzado jamás y los hijos les salen pelo largo en el tronco y pelo corto en las
extremidades, además de tener la cabeza muy chiquita para el cuerpo. No se si
me explico, el pana era feo y de paso tenía sarna.
Se pasaba los días echado
bajo un árbol durmiendo o pensativo; nadie quería socializar con
Caramelo y a él no parecía importarle.
Un día que fui de
visita, senti piedad del pobre asocial incomprendido y quise hacer algo
por el. Le pedí a mi prima que me acompañara al taller mecánico que
estaba cruzando la calle a buscar algo de aceite quemado para untarle a
Caramelo. Tomamos un recipiente vació y nos fuimos.
Al llegar allá entramos por
una especie de estacionamiento solitario y dijimos: Bueeenaaaassss! grave
error! De inmediato se activaron dos perros guardianes raza Doberman con
actitud de endemoniados, de verdad que parecían los perros sombis de
la película Resident Evil. Venían corriendo hacia nosotras
mostrando los dientes (y no precisamente por su sonrisa Colgate). Ambas nos
quedamos paralizadas, yo pensé: aquí fue! Para que correr?.
Me quede fría, petrificada, esperando lo inevitable.
Pero entonces ocurrió lo
imposible: detrás de nosotras escuche los valientes ladridos de un
perro que venia en nuestro rescate, voltee y ahí estaba el, como
en cámara lenta, ladrando y corriendo con su reseco pelaje ondeando
al viento y sus patas chuecas raudas y galopantes, nuestro salvador, Caramelo,
el viejo, el sarnoso, el feo; el que nunca deja la sombra de aquel árbol.
Y lo vi bello! bellísimo, todo un Supercan con su capa que venía a enfrentarse
al par de fieras guardianes de Satanás. No me pregunten que
paso después, yo solo se que aprovechamos la distracción y salimos
corriendo a la casa dejando a Caramelo que resolviera aquel lío.
Ya en la casa, sentadas pasando el
susto con agua, vimos llegar a Caramelo vivito y coleando que venía de nuevo a
echarse debajo del árbol.
Aquel día le puse el aceite con
taaaanto amor al perro que hasta masajes le dí.
Moraleja: el aceite quemado
realmente no sirve para curar la sarna. Al final tuvimos al mismo Caramelo feo
y sarnoso pero empatucado con el pegoste heroico de la
valentía.




